jueves, 15 de abril de 2010

El que escribe

No soy más que la cara oscura de la luna.
Soy ese humo que habita en cada uno de nosotros, en uno más denso, en otros más ligero.
El que escribe aquí es aquella parte de todos que luchamos por esconder, por mantener atado.
Soy todas tus pesadillas.
Soy la falta de razón.
Soy la negación de toda civilización.
Soy la parte más salvaje del alma.
Soy todo el odio contenido.
Soy el grito.
Soy el gigante durmiente.

No soy más que una respuesta a lo que existe, soy las casillas negras sin las que las blancas no pueden formar el tablero del ajedrez.

Soy el otro lado de la realidad sin la que la parte que conocemos no puede existir, soy todo aquello que se opone.

1 comentario:

  1. Acaso al propugnarnos en diámetros opuestos que cabalgaron al servicio de un mismo dios, se nos fue obnubilando la memoria antes de nuestra propia existencia. Para entregarnos a la condescendiente paciencia y a la locura sin merced. arrumacos que se condensaron en cavernas y puertos, en tristes caminatas de pastores ingenuos, en la mirada nubosa del sirviente, con la fusta implacable del que arrebata almas en el campo sangriento de la pelea. Encima de atributos altaneros de excéntricos aliados que se entretejieron en los nidos manchados de cuervos, con la debilidad brutal de la grotesca adulación que respira junto al infundado juicio del más fuerte. Todos patrocinados por esa misma máscara de octogenaria subvención. Careta despojadora de los orígenes de la tierra, pactándola en el librillo blanco de los lamentos, para deslumbrar nuestra heredada apariencia en las antípodas del rey, a su elección. Reclinándonos a rasguñar desnudos y sin remembranza por precipicios opuestos del mismo horizonte, que nos va moldeando en profundidades de eterna espera. Sumergiéndonos sin las palabras licenciosas, aquellas que nos miran frías e impotentes desde el opaco cielo, al no poder chorrear las embocaduras vírgenes de realidad. Atoradas todavía en las fauces cobardes de la especulación. Visura ingrata de otro invierno en las esquinas, sin pasos, sin camino. Por donde aún no nos cae la existencia, y solo un soplo chocante nos golpea el rostro intimado, visitado nuevamente por las hojas que revolotean agrietadas de nostalgia, en un tibio hálito que corre flemático en el viento que nos aleja, llevándose lo sucedido. Dejándonos como lacayos en las vidrieras.

    Saludos designii...

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